viernes, 6 de noviembre de 2015

Alcina. Música inmensa, escena delirante, libreto insostenible.

«El barroco es la época de los contrastes». Esta coletilla eterna en todos los procesos de enseñanza-aprendizaje se presentó de forma más que evidente en esta representación del Teatro Real realizada en coproducción con la Opéra National de Bordeaux. Estos contrastes no son sólo el resultado del lenguaje y la estética que rodeó la gestación de Alcina. También son consecuencia de aunar en un todo artístico algunos de los momentos más inspirados de toda la producción de Haendel, un libreto anónimo con todos los estereotipos de la ópera seria dieciochesca pero con mayor ahondamiento, si cabe, en el estatismo y la incoherencia. Por último, una puesta en escena de David Alden, que en su intento de dar dinamismo y color creó una trama paralela, más engorrosa todavía que la original, llena de humor cabaretero y con un mensaje moral contrario al que se desprende del texto original.
Empecemos por la partitura. No nos podemos cansar nunca de semejante prodigio musical. Haendel crea melodías de un talento tal que le permite mostrar todos los afectos de los personajes sin renunciar a un solo momento de belleza. El viaje psicológico de Alcina desde poder y la soberbia hasta el amor y la desdicha se produce entre momentos de una sutileza emocionante. El segundo personaje que evoluciona en sus sentimientos es Ruggiero, papel escrito para el castrati Carestini, que a pesar de no poseer tantos matices, sí tiene el aria que más ha transcendido de la composición: la bucólica y pastoral «Verdi prati». Bradamante, Morgana, Oronte, Melisso, e incluso Oberto – personaje añadido para el lucimiento de un niño cantor— desprenden música de alta fuerza expresiva, que contrasta con sus papeles, que viajan entre lo intrascendente y lo prescindible desde el punto de vista teatral.
Destacó por encima de todos la soprano canadiense Karina Gauvin en el papel de Alcina. Su voz bella, moldeada y penetrante se adaptó tanto al virtuosismo brillante como a las arias más íntimas, teniendo como ejemplo la memorable «Sì, son quella! Non più bella», donde el retorno al Da Capo –precedido por un silencio sublime y un pianissimo sobrecogedor— será recordado por mucho tiempo (a pesar del horrible ruido de fondo de la calefacción del Teatro Real, que rompió algo el momento mágico). El papel de Ruggiero lo cantó la mezzosoprano italiana Josè Maria Lo Monaco, que sustituyó a Christine Rice por enfermedad. Fue creciendo poco a poco en intensidad, tras un inicio algo plano que supo superar y matizar a lo largo de la noche. Anna Christy en el papel de Morgana abusó de unos histriónicos agudos, algo precipitados, y se convertía en una gran cantante cuando su registro no era tan agudo. Sonia Prima como Bradamante no se sintió cómoda y proyectó un timbre algo forzado. El tenor Allan Clayton resolvió con creces su sufrido papel, tanto por su hermosa voz como por los números cabareteros y circenses a los que fue forzado, resueltos con gracia, elegancia y excelente profesionalidad. Por último, tanto el bajo italiano Luca Tittoto como la soprano valenciana Erika Escribà resolvieron muy bien sus pequeños papeles, que no tienen nada de fáciles.
La dirección musical de Christopher Moulds fue detallista e historicista en la concepción, salvo por el uso de instrumentos modernizados, que restó brillo a los vientos y atenuó los fraseos de las cuerdas. Tuvo una excelente concepción global que mostró un trabajo profundo y planificado.
Por último, tenemos que hablar de la puesta en escena de David Alden. La isla mitológica pasó a ser un teatro (aunque pareciera más un hotel) de los años 30 ó 40. Hasta ahí todo iba bien, los colores de valor alto daban mucho juego y convertir melodrama en comedia sí venía al caso para esta obra. El problema es que quizá no supo frenar a tiempo. La “sala de operaciones” para convertir en bestia a Ricciardo, el magreo (digno de la filmografía de Mariano Ozores) que recibió Karina Gauvin o algunos numeritos circenses de Allan Clayton convertido en mono superaron el esperpento para convertirse en burla a la propia historia. El final cambiado, en el que Ruggiero regresa con Alcina como sueño de aventura, felicidad y contraste del aburrido y convencional matrimonio con Bradamante, puede parecer un acierto… o al menos algo mínimamente coherente.



Alcina. Vídeo promocional del TREATRO REAL



Karina Gauvin como Alcina: SÍ, SON QUELLA! NON PIÚ BELLA!






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